Hace algunos años todavía se hablaba de Kadaré. O igual era que mis amigos lo leían y yo creía que todos hablaban de él. Luego le dieron el Príncipe de Asturias de las letras en 2009 y, tras sospechar que lo más probable era que nunca le dieran el Nobel, dejó de sonar. Novelón tras novelón, Kadaré se fue quedando inmóvil y empolvado en los libreros de los articulistas y críticos literarios. A mí me parece que Kadaré es una de las grandes plumas que ha dado el siglo XX, y aunque parezca una afirmación genérica —pues escribo sobre escritores que me gustan porque no creo en la mala publicidad (sería raro que me animara a perder el tiempo en una reseña sobre un mal libro, a menos que fuera una verdadera abominación que mereciera compartirles mi implacable veneno)—, creo que el espectro que abarca la obra de Kadaré despliega relatos de envergadura legendaria y metafórica de alta manufactura mientras cuenta el transcurrir de los días cotidianos.
Resulta que parece que Kadaré es un escritor monotemático. Es decir, creo que todos lo somos en cierta medida, pero parece que Kadaré sólo escribe de Kosovo y el conflicto en los Balcanes. Dirían que sí, que obvio, que uno sólo puede escribir sobre lo que conoce, pero esa es otra discusión. La cuestión es que no, no es monotemático, o sí, pero el tema no es Kosovo. Hay una cuestión sobresaliente en los escritores de Europa del Este y de los Balcanes: la vena mitológica. Esto lo explica indirectamente Kadaré en un libro que se llama Expediente H., H. de Homero, léase. En este libro, un par de investigadores de la obra del gran poeta se adentran en las montañas de los Balcanes para descubrir cómo se creó esa titánica epopeya en la que se basa la civilización occidental. La teoría era que en las abandonadas montañas de los Balcanes, los aedos conservan aquella tradición de los cantos mediante los cuales se transmitió la obra homérica. La historia tiene como marco histórico, sí, la difícil relación entre los serbios y los albaneses a causa del conflicto en Kosovo, aunque la novela trata sobre todo de la supervivencia y el origen del arte y las consecuencias de la guerra entre pueblos hermanos que, en lugar de matarse, deberían aliarse para conservar el legado de la humanidad.
El palacio de los sueños es otra de las grandes novelas de Kadaré, y es la más cercana a Kafka (quisiera decir kafkiana, pero, a pesar de que sé que se entiende qué quiero decir con este adjetivo, me gustaría encontrarle primero una definición dentro de mi universo literario). Esta novela habla sobre la estructura de un régimen totalitario donde cualquier pensamiento, cualquier sueño, puede ser utilizado como excusa para el exterminio y la condena. El libro es una verdadera pesadilla, pasillos y pasillos cada vez más hundidos en las fauces de la tierra albergan las vidas de un sinnúmero de personajes cegados por la burocracia y la tiranía.
Hay muchas novelas que me gustan de Kadaré, pero creo que mis preferidas son de Tres cantos fúnebres por Kosovo y El cortejo nupcial helado sobre la nieve, ambas un lamento por la guerra, no sólo la de los Balcanes, sino sobre las guerras que destrozan civilizaciones y aniquilan pueblos enteros por motivos tan irracionales como la intolerancia religiosa y las razas étnicas. Los Tres cantos fúnebres…son relatos a manera de parábolas, y El cortejo nupcial…es la historia de una doctora yugoslava que cura a heridos kosovare, y que sufre la brutal represión por parte del gobierno eslavo. Hay que decir que Kadaré critica fuertemente al gobierno yugoslavo, pero tampoco se guarda la crítica al régimen comunista de Enver Hoxa en Albania.
Y no le darán el Nobel a Kadaré porque, durante el régimen de Hoxa, Kadaré siguió publicando sus novelas haciéndole pequeños ajustes para no sufrir la censura, sin que esto desembocara, por supuesto, en obras panfletarias, pero acarreándole obvias críticas. El palacio de los sueños, por ejemplo, se publicó durante este periodo y después, cuando Kadaré se exilió en París, la reeditó.
En fin, aquí les dejo una entrevista de Kadaré para The Paris Review
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