Las postales oníricas de Agnieszka Taborska

En la escala de gozo de lectura, los bibliófagos tenemos más categorías de las verdaderamente necesarias. Por lo general, en la de hasta abajo están los libros que uno se descubre incapaz de terminar, ya sea por aburrimiento, repulsión o porque el regreso de las Gilmore Girls a Netflix parece a todas luces una mejor inversión de tiempo. Y hasta arriba están los libros que uno no quiere terminar porque después la vida no volverá a ser la misma y uno siempre quiere más. En ese escalón, el de hasta arriba, están, simplemente, los libros que a uno le gustaría haber escrito. La vida soñolienta de Leonora de la Cruz, de la escritora polaca Agnieszka Taborska, fue uno de esos casos de serendipia en los que uno va a la librería sólo a husmear para ver qué encuentra, y de repente, un título irresistible grita: ¡Cómprame! Y uno lo compra. Y uno lo lee. Y cuando lo lee, se maravilla.

Obviamente, el nombre de Leonora es en honor a la Carrington, a cuya memoria está dedicado el libro. La vida soñolienta empieza con una serie de viñetas, 35, que acompañan sendos grabados. La historia es sencilla: Santa Leonora pasó durmiendo la mayor parte de su vida, y durante esos sueños, recibió visiones proféticas e iluminaciones. Años después, su memoria (o su imaginación) fue retomada y exaltada por los surrealistas, quienes la convirtieron en su patrona.

Así contado, suena bastante meh, (por eso hay que leer el libro), pero cada viñeta es un fragmento narrativo con una potencia imaginativa que ya quisieran algunos de nuestros novelistas. La Lámina X, por ejemplo, dice:

Previó grandes inundaciones, asesinatos de cabezas de estado, catástrofes de trenes de alta montaña, caídas de meteoritos y de gobiernos, guerras, revoluciones, terremotos, la entrada en erupción del volcán en Java, el hundimiento del Titaic, el incendio del Hindenburg y el extraño caso de Ernest Gegenbach.

Después: «Veía el futuro de la humanidad en tonos oscuros (Lámina XI). También utiliza Taborska el recurso borgiano (en realidad todo el libro es muy borgiano) de insertar el personaje ficticio dentro de la realidad histórica y dotarla de una dimensión, digamos, visible. Por ejemplo, dice que Phillipe Soupault descubrió la historia de Leonora porque estaba en la librería detrás de los Cantos de Maldoror, que después, Breton tomó muchos de los postulados de su Manifiesto de la vida de la santa, o que Las cartas del vidente de Rimbaud fueron influidas por Leonora, que Dalí se inspiró en ella para elaborar algunas de sus pinturas, que Man Ray tomó fotografías de las reliquias de la santa (un paraguas), que Benjamin Péret robó las ruedas de la cama de Leonora para ofrecerlas a la basílica del Sagrado Corazón, que Max Ernst la pintó tres veces, que Magritte, en sus cuadros, analizó las visiones que ella tuvo, que Desnos le escribió poemas y se convirtió en médium bajo su influjo, que el cadáver exquisito se llamaba en realidad «el juego de Santa Leonora».

Después de las treinta y cinco láminas, hay un paréntesis de Valeria Luiselli que está padre, pero que el libro no necesita para ser una joya, y que sigue el mismo juego de rastrear la presencia de Leonora dentro de la parafernalia surrealista. Incluye, además (estas sí son maravillosas), un par de cartas que los supuestos fieles le escribían a la santa para pedirle que intercediera en su favor.

Y al final vienen las glosas, también treinta y cinco, que son ensayos narrativos del tipo que, como ya dije, uno (o yo) quisiera escribir. Estas glosas son un texto literario sobre el surrealismo y sobre los poderes del sueño sobre la imaginación creadora.

Lo publica: Auieo y lo pueden conseguir aquí.

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