El siglo XIX mexicano fue un tiempo donde la crónica fue estelar. Los consagrados de la literatura mexicana escribieron extraordinarias crónicas de sus viajes a otros países y de sus vivencias. Si bien no se puede contar a la señora Calderón de la Barca entre los cronistas nacionales (pues porque era escocesa, verdad), sus crónicas en forma de epístolas fueron, para bien y para mal, un punto de vista referencial que fue tomado en cuenta para quienes posteriormente visitaban el país, si bien, hay que decirlo, los literatos mexicanos no estaban muy contentos con sus impresiones. Entre los viajeros que visitaron México, se mencionan por orgullo y complacencia a aquellos que quedaron encantados, los que contemplaron México como un país «surrealista» (aunque francamente ahora no puedo pensar que este epíteto sea necesariamente bueno) y exótico, como Humboldt, Artaud, Le Clézio, y un largo etc.
Dedico esta entrada, sin embargo, a los descontentos y decepcionados de México, a los que nos malmiraron por gentuza, incivilizados, herejes, idólatras. O lo que sea. Bien divertido visto a la distancia.
Madame Calderón de la Barca
Frances Erskine Inglis era una dama escocesa de buena familia (con un alto nivel de educación, que tocaba el piano, hablaba varios idiomas y dominaba las principales lenguas modernas de su época, muy fina ella) que se enamoró de un cónsul español allá por el año de 1838. En 1839, el ministro Ángel Calderón de la Barca fue designado cónsul de México, razón por la cual los señores Calderón se embarcaron hacia México, a resultas de lo cual, la señora Calderón de la Barca escribió un diario de viaje con el título Life in Mexico During a Residence of Two Years in That Country, que consiste en una selección epistolar de 54 cartas que ella envió a su familia en Boston.
Los relatos de Calderón de la Barca son muy detallados y vivos, un panorama ampliamente descriptivo. Cuenta con detalle las reuniones y visitas que les hacían otros personajes de la aristocracia mexicana y los altos funcionarios, entre ellos Santa Anna y Guadalupe Victoria; se muestra fascinada por la manera de hablar, la comida y las costumbres de los mexicanos, pero sobre todo, por las costumbres indígenas, el apego de las madres a sus hijos y la fuerza dela religión, que funcionaba como engrudo social. Además, también se sorprendió por la brecha existente entre la distribución de la riqueza, o lo mismo que decir que los ricos eran muy ricos y los pobres, muy pobres y en demasía (o sea que seguimos igual que hace casi dos siglos).
En realidad no puede considerarse que la crónica de Madame Calderón de la Barca sea en contra de México, valga decirlo, más bien está escrita con una mezcla de experiencia y prejuicios de esa época. Emanuel Carballo señala que la cronista «pide prestados» varios párrafos a otros cronistas extranjeros en México, como el mismo Humboldt o Clavijero, y que, en ese sentido, el libro ha envejecido. Pero sigue vigente, como señalaba ya en el párrafo anterior, en cuanto a las descripciones, las circunstancias y los tipos sociales. Triste México que no puede dejar en el pasado las desigualdades decimonónicas. Obviamente existen los consagrados nacionalistas formadores del México independiente y liberales que consideran que las observaciones de la marquesa son limitados y prejuicios (sí lo son pero no se la debería enjuiciar por eso, o al menos no se debería tomar como una afrenta personal).
Isidore Löwenstern
El señor Löwenstern sí que se sintió profundamente decepcionado por todo lo que vio en México. Isidore Löwenstern, de profesión geógrafo y de nacionalidad austriaco, según consta en su declaración aduanal, llegó a México en 1838, un año antes que Madame Calderón de la Barca, pero sólo permaneció unos meses (de febrero a diciembre). Hay que decir que el señor Löwenstern había acumulado grandes expectativas sobre su visita a México; lo que más le interesaba eran las antigüedades y los sitios arqueológicos descritos por los españoles, por lo que gran parte de su itinerario comprende la visita a sitios arqueológicos. Entre sus impresiones, que a veces rayan en lo cómico, declara estar convencido que «sólo Europa puede intervenir para hacer cesar un estado deplorable, contrario al espíritu de una época ilustrada en la que el deseo de los soberanos y los pueblos es la felicidad del mundo». Ese estado deplorable era, ni qué decir, el de nuestro México lindo y querido. Un monárquico puro y duro que, además, defendía el poder de la Iglesia en México como factor de unidad y control social. (Ah, qué infantil imaginar que alguien pudiera ver en México lo que Tocqueville vio en Estados Unidos, bah). En el acertado y completísimo prólogo de Margarita Pierini para la edición del Fondo de Cultura Económica de México, memorias de un viajero de Löwenstern, la estudiosa señala que el viajero austriaco está influido por las teorías raciales de Buffon sobre la naturaleza inferior del americano, «los hombres americanos, productos de tal suelo, eran más débiles y menos maduros que los de otros continentes; muestra palpable era su incapacidad para habitar y tomar el dominio de todo el Nuevo Mundo».
La inferioridad que Löwenstern vio en suelo mexicano abarcaba todo, desde la gente hasta los paisajes. Aquí un ejemplo de su desencanto al llegar a Veracruz:
«Por más favorable que sea la impresión a primera vista del suelo mexicano, ya sea por el admirable paisaje que ofrecen sus volcanes, como el Pico de Orizaba o el Cofre de Perote, el encantamiento de desvanece al acercarse a esa costa llana y desierta, y la admiración cede su lugar a la tristeza ante la vista de Veracruz, esa ciudad lúgubre levantada al nivel del mar donde las casas tienen el efecto de monumentos sepulcrales.»
Y esto es sólo la llegada.
Más adelante, el señor Löwenstern lamenta el estado de la literatura mexicana, la cual, dice, en su estado más elevado no es sino una emulación mediocre de la literatura europea, y además, se muestra sorprendido cuando conoce a algún personaje que tenga una biblioteca nutrida y respetable. Tampoco se guarda su opinión sobre los periódicos y otras publicaciones de la capital, de las cuales dice:
La mayor parte de los periódicos que se publican en la capital son demagógicos y funestos para un pueblo que tiene tan pocos principios y que tan fácil es de conducir al mal.
Y así por el estilo. Todo es decadente e inferior que en Europa.
Así que ya saben, si buscan una apasionada lectura contra México, no duden en consultar las opiniones del señor Isidore Löwenstern. Y para algo más amable, ahí está Madame Calderón de la Barca.
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