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Agota Kristof

La obra y la figura de Kristof tienen algo profundamente perturbador, una melancolía insuperable y un dolor afilado. Crueldad, sí, pero sublimada, convertida en una manifestación artística donde nada sobra, que permea desde la primera palabra hasta el último punto, una prosa desnuda, desollada con bisturí, calculada hasta en el número de oraciones, en la musicalidad, en la composición, y sin embargo, que desborda emotividad precisamente por lo que calla. La trilogía que comprende la obra maestra de la Kristof consta de El gran cuaderno, La prueba y La tercera mentira, pero en la edición de Quinteto se agrupa bajo el título de Claus y Lucas, el primer nombre anagrama del segundo o como usted quiera.

A grandes rasgos, El gran cuaderno es la historia de dos hermanos gemelos a quienes su madre, para protegerlos de la guerra, lleva a casa de su abuela, que vive en un pueblo fronterizo, para intentar sobrevivir ella por su lado en lo que encuentra la manera de regresar por ellos con el padre. Bueno, uno ya puede irse olvidando de eso, pues en esta historia hay expiación mas no salvación. La abuela resulta ser la vieja bruja de un cuento antiguo: es grosera, sucia, avara y analfabeta. No quiere a los niños, pero igual se queda con ellos y los pone a trabajar. Los niños ven en la separación de la madre el primer acontecimiento doloroso de la vida, tan sólo un anuncio de lo que aún vendrá y en gran escala. A partir de entonces deciden entrenarse en todos los aspectos para no sentir dolor, es decir: el mundo no debe pasar a través de ellos, tienen que ser impenetrables. Siento que esta primera novela es la que impacta más, tanto por la manera en que está escrita como por la trama, que desgarra a los personajes de todas las formas posibles. Sin embargo, creo que la obra consiste en los tres libros, y que no se podría comprender en todo su esplendor si no se incluyen los otros dos. En éstos, Kristof juguetea perversamente no sólo con el personaje, sino con el lector, que duda de la existencia de los dos hermanos, y se da cuenta de que, quizás, todo (¡Pero claro!) fue una mentira. ¿Será que Lucas se inventó a Claus? ¿O al revés? Kristof resquebraja un tanto las convenciones sobre la  la realidad interna de la novela, y sin embargo, sale bien librada de esa lucha. Se entiende que cuando una persona llega a la edad adulta, la infancia para a formar parte del mundo metafórico, sólo que en el caso de estos personajes, la infancia fue una metáfora negra, por lo que la vuelta a ella, la vuelta a casa, es una vuelta al agujero negro donde todo se convirtió en desgracia.

Esta trilogía está escrita para enloquecer. Después de leerla, se puede comprender por qué a Kristof le parecía gracioso Bernhard y por qué, pese a lo que dijeran los editores, ella sabía que no tenía más que escribir.

La mayoría de las veces considero de mal gusto meterme en la vida privada de los escritores, pero en este caso el morbo me gana y recurro a la fantasía de imaginar los últimos días de la Kristof, una anciana que decía que ya no le interesaba la literatura (aunque aquí yo difiero porque, según ella, lo que ya no le interesa es la literatura como especie de adorno de la realidad, y a ella, dice, sólo le interesó, en otros años, el reflejo de esa realidad, cruel y terrible, en fin), convencida de que ya había dicho lo que tenía que decir; una mujer a quien la obra de Thomas Bernhard le parecía muy divertida, y que lo que más disfrutaba en esa soledad congelada de Neuchâtel era ver la tele y leer novelas policiacas, una Kristof que ya no iba a recoger sus premios internacionales porque ya no estaba en edad de viajar, arrastrar maletas y desplazarse como turista por cada ciudad a donde la invitaban.

Quizás mi terrible pero voluntario ostracismo me haga pensar que hay menos lectores de la Kristof de los que debiera, en todo caso, siempre que puedo, la recomiendo.

Dejó aquí un artículo de José Ovejero sobre la Kristof, que no tiene desperdicio.

Aquí las primeras líneas de la trilogía.

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