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Jan Neruda, ese viejo de Mala Strana

Penélope Córdova

3 Min. de lectura

1 de sep de 2020

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Toda ciudad tiene sus leyendas, rincones y pasajes secretos. Por todas las ciudades ha pasado la historia y ha dejado cicatrices en su arquitectura y en sus habitantes. En todas las ciudades hay abuelas que hablan a los nietos sobre cómo eran las cosas antes. Todas las ciudades tienen sus escritores y sus artistas famosos. En pocas palabras, toda ciudad es literaturizable. Entonces ¿por qué hay ciudades que tienen más literatura que otras? Pienso que por su particular historia, su simbolismo y por lo que representan para la gente que habita en ellas y también para el resto del mundo. Muchos ya lo saben y los que no saben les comento: soy una apasionada de la literatura eslava y de Europa Central y del Este. Y la literatura lleva consigo sus ciudades. Es una perogrullada decir que uno puede conocer perfectamente una ciudad sin haber estado en ella, sin hablar el idioma y sin conocer a una sola persona que ahí viva. Y bueno, yo conocí Praga antes de ir a Praga, primero por Kafka (pero Kafka es más Kafka que Praga) y después por Jan Neruda (que es más Praga que Neruda), a quien me imagino como un viejo cascarrabias que se pasea por los callejones de la ciudad vieja.

Cuentos de Mala Strana es un microcosmos repleto de jóvenes en edad casadera, viejos enemistados a muerte, cantineros que conocen las historias de toda la ciudad, revolucionarios, viejos judíos, estudiantes que sueñan convertirse en poetas, viejas rusas que no hacen otra cosa que llorar, médicos que no curan a nadie, en fin. La aparición de estos Cuentos de Mala Strana responde a una necesidad histórica también, por supuesto, pues en aquel lejano siglo XIX, República Checa, para hacer frente a la aplastante influencia de la cultura germana y del imperio austriaco que rodeaba el reino de Bohemia. Obvio, lo que se necesitaba era literatura y arte que interpretara una cultura nacional. Ahora que está tan de moda ese nacionalismo malvado y absurdo, ese que desprecia cualquier manifestación de lo ajeno tachándolo de dañino e invasor, me gustaría hacer una observación sobre otro tipo de nacionalismo: el que sirve para hablar de una identidad colectiva. En los cuentos de Neruda hay migrantes, judíos y alemanes, y sin embargo, o más bien gracias a eso, gracias a esa mezcla, es profundamente checo.

Lo que sorprende de Neruda es la contemporaneidad de su narrativa. Es cierto que los personajes son más bien típicos de la literatura decimonónica, pues Mala Strana es como un pueblo al interior de Praga, y sus habitantes tienen esas manías y tradiciones que los hacen extravagantes unas veces e insufribles otras, pero el humor y la manera tan precisa con que son descritos y sus vidas narradas son una lección de narrativa. Me impresiona de Neruda (cosa que también tiene Ivo Andric) cómo pinta con unas pocas frases el carácter completo de un personaje, y además, lo hace entrañable. Parece que Neruda es de esos escritores que se las toman con sus personajes; los quieren, sí, pero la mayoría de las veces le causan ternura o les juega bromas de lo más pesado.

Por si alguien se lo pregunta, por si alguien no lo sabe, sí, el señor poeta Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto tomó el apellido de Jan Neruda para su nombre de pluma. Eso, por cierto, no ha hecho que Neruda, el de Praga, sea más leído, lo cual no le añade ni le quita absolutamente nada.

Creo que, para poder leer a Praga, son dos los escritores fundamentales: Jan Neruda y Leo Perutz (De noche, bajo el puente de piedra, cuentos que ocurren en la época del emperador Rodolfo II de Bohemia, que era un señor loco obsesionado con la alquimia y las estrellas). Dicho lo anterior, lean, lean a Jan Neruda. Es un narrador de los que ya no hay.

Penélope Córdova

3 Min. de lectura

1 de sep de 2020

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